Hoy compartimos con nuestros lectores un artículo publicado por la revista Distritos en su edición número 17 de 1969.
Esta revista puede consultarse en la biblioteca de la Universidad de Antioquia.
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“LA VETA” DEL PADRE ABAD
Evocación histórica de Darío Ángel Vallejo
Las riquezas de las salinas de El Retiro atrajo a muchas gentes de las vecinas poblaciones; a esa afluencia contribuyeron también la bondad del clima y el posterior descubrimiento de una rica mina de oro filón, que fue conocida con el nombre de “La Veta” del Padre Abad.
Desde la época de este descubrimiento hubo siempre trabajo en dichas empresas de las cuales se obtenía, en gran parte, el dinero indispensable para la vida de la población que, paulatinamente, iba desarrollando du progreso intelectual y material.
Al religioso Fray Cancio Botero, primer cura de El Retiro, lo sucedieron como excusadores o interinos otros sacerdotes de los cuales no se registra hecho alguno extraordinario durante el ejercicio de su sagrado ministerio. Tras aquellos vino a servir la parroquia, como interino también, el Pbro. Estaban Abad y Jiménez, nacido en Yolombó en el año de 1790. Los progenitores de este interesante levita fueron el español Santos Abad de la Riva y Toro y la señora María de la Luz Jiménez y Martínez.
Hombre inteligente e ilustrado, tomó parte activa en todos los asuntos públicos, políticos y revolucionarios de la época. Es imprescindible a firmar que contribuyó al progreso y el bienestar de la población, por la generosidad con que distribuía el oro de su mina “La Veta”, de la cual se hizo propietario en la siguiente curiosa forma: Un día de 1840 iba el Pbro. Abad a una confesión por los lados de “Pantalio”, importante y productiva fracción del citado territorio del municipio. Al llegar al punto denominado “La Veta”, frente a una finca que pertenecía al señor Bernardo Echeverri, una viejecita que se hallaba a la vera del camino que seguía el sacerdote, le interrumpió su marcha con las siguientes palabras:
“Mi amo: deme su merced una limosna, pues no tengo con que cubrirme para salir al pueblo a confesarme” a lo que contestó el sacerdote: “Y qué puedo darte yo, vieja bruja, en este camino, si no llevo nada y voy como los peregrinos, atenido a la voluntad de dios?” –“Pues aguantaré, mi amo”- contestó la vieja.
A qué horas volverá su merced?”
“Voy –dijo el levita- donde Vicente Bedoya a confesarlo y debo regresar antes de las cuatro de la tarde”
Despidiéndose el párroco y la pordiosera, ofreciendo aquel traerle algo a su regreso y ésta aguardarlo, pues tenía que hablar algunas palabras con el señor cura. Por la tarde regresó la viejecita al camino y esperó al sacerdote, quien tardó un poco en llegar.
“Donde estuve no encontré que traerle –dijo el Pbro. Abad a la vieja- pero voy a darle lo único que llevo”, y apeándose de su cabalgadura, se quitó la camisa para entregársela.
La vieja mostró al sacerdote unas vasijas de barro colmadas de oro, diciéndole:
“Qué es ésto, mi amo?”
“Eso es oro – contestó el sacerdote-, preguntando a su vez: “De dónde has sacado toda esa riqueza?”
A lo cual contestó María Paula Villada, que no era otra la vieja de la farsa de la limosna: “Si su merced quiere, venga y le muestro”. Llevó al sacerdote a un cercano bosquecillo de chagualos, encenillos y cerezos, donde le indico un hoyo no mayor de cuatro metros, del cual había extraído el mineral que, molido por ella en una piedra, le había proporcionado el oro que contenían las vasijas y que rogaba al señor cura lo llevara consigo para que le dijese, después de su muerte, las treinta misas de San Gregorio.
El Pbro. Abad denunció para sí la mina; compró algunas labores que correspondían a terrenos adyacentes a los minerales y empezó a desarrollar la más útil y benéfica labor que de este género se haya visto en El Retiro. El oro aparecía por todas partes y el señor cura lo regalaba con mano pródiga a cuantos iban a visitarlo y exponerle sus necesidades.
Así las cosas rodaron hasta el 8 de octubre de 1840, el Padre Abad que había sido capitán en los últimos tiempos de la guerra de independencia y que era belicoso y valiente e intimo amigo del Coronel Salvador Córdoba y del comandante José Antonio Mejía Ángel, se levantó en armas contra el gobierno del doctor José Ignacio de Márquez, combatió en Riosucio y en Itagüí, al lado de Córdoba y Mejía y estuvo con éste en Salamina, a órdenes de Vezga y Galindo el 5 de mayo de 1841.
Derrotado, volvió a la mina; pero el doctor Juan de la Cruz Gómez Plata, Obispo de Antioquia, le suspendió su beneficio; el gobierno se la confiscó y nombró interventor de ella al señor José María Bernal, de Medellín, quien a los pocos días de haber llegado a la mina, informó que el oro se había acabado. Entonces, con autorización del gobierno, empezaron algunas labores en ella los señores José Ma. Uribe R, León Uribe U, Pedro Ríos, José Hinestroza y otros, pero sin resultado que les satisficiese.
Cuando el Padre Abad volvió a hacerse dueños de los minerales, éstos tornaron a mostrarse riquísimos y de ellos obtuvieron su fortuna no pocos ciudadanos de El Retiro, de Rionegro, de Medellín y de otras poblaciones. Más tarde fue imposible ponerle “tongas” a “La Veta” y cesaron de trabajarla, hasta que posteriormente y en distintas épocas, otras personas han tratado de reanudar los trabajos de explotación pero sin resultado alguno.
Proverbial fue la riqueza de la citada mina donde, según el decir de los antepasados, el oro que de ella se extraía era tan abundante, que tenían que secarlo al sol pieles de novillo y había fragmentos de roca tan recamados del precioso metal, que la “ganga” era casi nula. Puede afirmarse que esta mina fue una de las más ricas y productivas que tuvo el territorio de la república en los pasados tiempos.
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